lunes, 14 de julio de 2014

Capítulo II San Benito en San Cristóbal de La Laguna.

Tenía pensado iniciar el relato de los eventos en el orden lógico de enero a diciembre siguiendo el almanaque, pero cambie de opinión, porque para mí el comienzo de todo fue San Benito. Ese San Benito de los años noventa y tantos, que aportó un significado especial en mi vida. En esas fiestas de San Benito empecé a integrarme en la vida cultural y folklórica tinerfeña, conocí a muchos de los que hoy son mis amigos y entré de lleno en la dinámica, que el amigo Gonzalo de Icod denomina como “sociedad de los tenderetes”.

Este capítulo se desarrolla también en la Muy Noble, Leal, Fiel y de Ilustre Historia, Bien Cultural, Patrimonio de la Humanidad, Ciudad Universitaria y Episcopal de San Cristóbal de la Laguna. O más abreviadamente y más auténticamente la ciudad de  “Aguere”, el nombre que le dieron los antepasados a esta zona. Ciudad de la paz por excelencia, por ser la primera ciudad colonial sin murallas y ciudad renacentista e innovadora en esa época de finales del s.XV, con su trazado cuadricular, siguiendo los mapas de Leonardo Torriani. Mi ciudad preferida de la isla y que siempre añoro, cuando no estoy en ella.

El domingo de la romería nos levantamos de madrugada muy ilusionados. Nos pusimos nuestros trajes de magos nuevos y tomamos la dirección de La Laguna. Llegamos a casa de Walky a eso de las 11 de la mañana. Primeros de julio. Aunque todavía era temprano, el calor  se dejaba sentir en las calles laguneras. El callejón tras el mercado ya estaba cortado con vallas y coches. Mesas improvisadas con tableros y burras inundaban la calle. Frente a la puerta de entrada una carpa y algunos toldos ofrecerían protección de cara a los rayos solares, cuando finalizada la romería, nos sentásemos a almorzar. La casa bullía de actividad. Unos embotellaban el vino, otros disponían neveras y mostradores; aquel vigilaba el hervir de las garbanzas, cuyo vapor iba perfumando la estancia. Un trajín de sillas de tijera. Los chasquidos de los envoltorios plásticos de platos y cubiertos me sobresaltaban de vez en cuando. Allí estaban Nakary y David, los otros hijos de Walky, Paqui, su cuñada, todos atareados con las comidas y trajes, y naturalmente su hermano Luís con Gloria organizando todo:
—Aquí, las chuletas. Ahí, a la derecha los bistecs. Los refrescos en la otra nevera. En un lado las botellas de agua y los refrescos.
Sobre las mesas de la cocina: platos rebosantes de bocadillos de chorizo de perro, de mantequilla con ajo, tortillas españolas, chochos...
En el aparato de música dispuesto sobre un armario suena la música de los Sabandeños.
—Vamos a probar el vino, comenta alguien. ¿Dónde están los vasos?
—Detrás de ti está el locero, responden. Espera, que voy a por unas botellas.
Las botellas se alinean en unos botelleros junto a una ventana. Todas ostentan una etiqueta, que pone Casa Walky. Es todo un detalle, que se hayan tomado tantas molestias y trabajo para la ocasión.
—Está bueno. ¿De dónde es?
En la mesa de la entrada se afinan guitarras y timples. Suenan las primeras notas de una isa. Juan Martín parece el hombre orquesta, con su guitarra, su voz y su movimiento contagia a todos la alegría que lleva dentro.

Empieza a acudir la gente en más cantidad. Los más de La Laguna y sus barrios periféricos, pero hay de toda la isla: de Garachico, de La Punta Hidalgo, de la Tierra del Trigo, de La Orotava, de Buenavista, de Güímar, de la Esperanza, de Guamasa, de Tegueste, de Santa Cruz, de Valle Tabares. Saludos, brindis, cantos,  trajes multicolores, sombreros, que se descolocan con los saludos y se vuelven a colocar frente al espejo una y otra vez, bandejas de dulces surtidos, de “laguneros”, de rosquetes y bizcochones,  postres caseros. La alegría se desborda, llena la cocina abarrotada de magos y sale a la calle.
—¿En qué hay que ayudar?
—Vamos a colocar ese barril de cerveza, ahí sobre el mostrador está el grifo.  Luego en esa caja de la derecha los vasos. Todos echan una mano para completar los últimos detalles mientras la parranda no deja de animar la fiesta y los que van llegando reponen fuerzas con el picoteo.
—¡Qué traje tan guapo! ¿Es nuevo?
—Sí, ¿te gusta?
—Me encanta, pero ¿no tienes calor con la chaqueta?
Mayte, la de Huesca, siempre gusta de estrenar traje en las romerías. Debe de tener un armario repleto de trajes de maga. Con ella vienen las chicas de La Orotava, con su hermano, hijos de Felix, el compañero de Juanjo. Siempre muy elegantes y parranderos con sus timples.
Llegan Angelita y Guillermo con sus trajes de la Orotava y más timples. Angelita entona una malagueña y la concurrencia se derrite de placer y nostalgia.
—Estos son Juan y Cirilo, que vienen con Ceferino de Garachico.
—¿De Garachico? ¿Son amigos de Nelly?
—Si, claro. Por cierto, que tienen que venir para la romería, el 16 de agosto. No se olviden. ¡Ya verán que romería!
Pili y Lutzardo, Mercedes y Camilo, enseguida se acercan y animan la conversación
Por encima del murmullo correspondiente a estas primeras tomas de contacto se escucha la voz de Antonia Martín entonando una isa. Nos acercamos atraídos por su dulce canto. Su marido, Víctor, se presenta enseguida. Vienen de Tegueste. Nos habla de la romería de San Marcos y del día del carretero, tenemos que ir, por supuesto. Luego nos cuenta unos chistes y sigue hablando como si tal cosa y como si no nos acabara de conocer.
—¡Feliz San Benito!

Ya va a dar la una, vamos para la romería, que se hace tarde. El grupo se pone en marcha. Comienza el desfile desde casa de Walky hasta San Benito.  Todos  llevan algo: unos instrumentos musicales, otros gofio amasado con almendras, aquellos botas de vino, éstos portan cestos con rosquetes y queso blanco. Dejamos atrás el Casino y tomamos la calle de La Carrera. El público ya está situado a ambos lados. Muchos vestidos de magos, otros con trajes frescos y cómodos. Todos los rostros irradian alegría. (Algunos se quejan del calor y esperan ansiosos el comienzo de la romería. Ya se sabe, que el que espera desespera). Muchos se acercan a los ventorrillos para hacer la espera más amena o saludar a algún conocido, que degusta un plato de garbanzas, de tollos  o de carne fiesta y un buen vaso de vino. Repican las campanas de la capilla de San Benito. Ya terminó la misa. El Santo acompañado del clero y  todos sus fieles salen a la calle. Ya da comienzo la romería. Las mujeres guardan en sus bolsos los panecillos bendecidos; los hombres lucen en sus sombreros las espigas y estampas de San Benito.

Es poco más de la una del mediodía. La temperatura está por encima de los 30 grados y el brillo del sol te encandila. Sin embargo, nadie se queja y el que se queja se aguanta, porque el ambiente es de fiesta. La gente bromea, charla, canta, aplaude. Se crea un murmullo elevado, que te obliga a gritar para comunicarte con tus compañeros.
San Benito encabeza su romería por la calle Marqués de Celada. Envuelto en su majestuoso manto y coronado por la mitra abacial; en la mano derecha el báculo, en la izquierda la copa emponzoñada. Aspira el aroma de las flores que le engalanan y se resguarda del sol bajo un palio. Escucha en primer término los vítores del público que le rodea. Vítores que se confunden con las chácaras de los danzantes de El Hierro, que se aproximan bailando vertiginosamente sobre los adoquines envueltos en sus típicos trajes de colores. Camisas, pantalones y faldillas bordadas o caladas de un blanco inmaculado enriquecidos con delantales, fajines y esclavinas rojas. Cubren sus cabezas con curiosos tocados en forma de gorro redondeado cubierto de flores de papel, espejos, plumas de pardela y un haz de cintas de colores, que cuelga por la espalda. Los danzantes giran sin cesar al son de esta música ancestral, a base de castañuelas, tambores y flautas. Luego vienen los barcos; son las carretas de Tegueste, de elaboración artesanal a partir de materiales sencillos como legumbres, que muestran escenas cotidianas o tradicionales. Irradian la belleza de sus imágenes y la belleza del esfuerzo que ha representado confeccionarlas. Todos se sienten orgullosos de ellas, tanto los teguesteros, que las han realizado, como todos los que las contemplan, admirando este arte popular tan peculiar y tan precioso.



Nosotros observamos todo esto desde un lado de la calle esperando nuestro turno para entrar en la comitiva.
—¿Dónde vamos nosotros?
—Detrás de la quinta carreta.
—Vale, vamos a echar un bocado.
—Yo quiero un huevo duro. Si no me como un huevo duro parece que no estoy en la romería.
—¿Quién quiere un poco de gofio?
—Me estoy enyugando. ¡Pásame el vino!

Ya están a la vista las primeras carretas: la romera mayor con sus damas, la romera infantil, la romera de la tercera edad... Se escucha el tintineo de las campanillas, que penden de las colleras de los bueyes. Intercaladas entre carreta y carreta pasean ya las primeras parrandas. Las cuerdas de guitarras y timples se tensan y vibran con cada nota. El aire se puebla de músicas y variados sonidos. Aquí se escucha una isa; allí una folía. Más allá unas seguidillas. El público aplaude, canta los estribillos y se acerca a las carretas a pedir vino y viandas. Plátanos, papas, huevos duros, cotufas, gofio... circulan de mano en mano o se lanzan con mayor o menor acierto desde las carretas. Más atrás, las chuletas, salchichas y pinchos elevan desde sus barbacoas espirales aromáticas de humo, que flotan en el aire abriendo el apetito.
—Esta es la quinta carreta.
Entramos. Los “acompañantes” (gente que no desempeñamos un papel importante en cuanto a voz o interpretación musical) delante o los últimos de todos: los cantadores a continuación. Los tocadores detrás. Aunque nuestro sentido musical dista mucho de alcanzar un nivel correcto, coreamos los estribillos a voz en grito, tocamos instrumentos sencillos (cañas, vainas, hueseras, rasquetas, cucharas, sonajas, sandungas...) y bailamos al son de la orquesta. “Dos pasos pa lante, dos pasos pa atrás...” Se acercan los conocidos a saludarte.
—¡Mira,  Fulano y Mengano!
—¿Qué pasó? ¿Cómo te trata la vida?
Se intercambian saludos, noticias, alimentos y se continúa haciendo la romería. La romería está en su apogeo. Aunque sea bajo un sol de justicia da gusto pasear por La Laguna. Su casco histórico te embruja. Iglesias, conventos, palacios con siglos de historia, plazas recoletas, calles trazadas a cordel. No es el mejor día para gozar de los monumentos de esta ciudad patrimonio de la humanidad (reconocida desde 1999 por la UNESCO), porque el protagonismo es para la romería, pero, aún así constituye un aliciente más en este paseo romero.
Hacia las tres más o menos puede darse por terminado el recorrido y nos dirigimos de nuevo a casa de Walky. Ya va siendo hora de reponer fuerzas. Todo está dispuesto para recibir a los romeros. Me dejo caer en una silla, pero no por mucho tiempo. Todos tienen que cooperar. Nadie sirve a nadie. Todo funciona como autoservicio. Provista de cubiertos y vaso comparto un plato de garbanzas con los compañeros de mesa más próximos. Tras las presentaciones, la conversación fluye sola. Reina un ambiente de camaradería. A continuación troceamos unas chuletas y bistecs.
—¡Pasa me el mojo para las papas!
—Está un poco picón.
—Toma, prueba el mojo verde, verás lo que es bueno.
—¡Qué rico! Voy a coger otra papa.
Unos paseantes despistados se acercan a preguntar cuanto cuesta un plato de comida.
—Esto no es un ventorrillo, oiga. Es una casa particular, pero sírvase a su gusto.
—Muchas gracias, responden. Se sirven, se sientan y se agregan al grupo como si tal cosa.
Así son los laguneros,  sociables y generosos.
La comida se alarga. Nadie tiene prisa. La gente disfruta el momento. “Estos son los ratitos que nos llevamos”, comenta Amparo. Mientras se distribuyen los postres se van formando las parrandas tanto dentro de casa como en la calle. Cantos canarios, boleros, músicas de siempre... Voy de acá para allá  lamentando no tener el don de la bilocación y poder estar en todo.

Don Gregorio entona su “Granada” y la canción se enriquece con el hondo sentimiento que pone en ella. Más allá Yaiza canta “…Rosario provoca, Rosario besar tu boca…” y la potente voz henchida de sentimiento se eleva en la brisa de la tarde como un torbellino. Antonia Martín y Fran se lanzan a duo con María la portuguesa. Los pelos se me ponen como escarpias y el corazón me sube a la garganta. Después sigue con “El cuarto de Tula” y todos le acompañan cantando y bailando.
El grupo Bienmesabe arremete con isas y folías, malagueñas y seguidillas; cañas, panderetas y guitarras resuenan vibrantes en la calle, chocan con los muros de los edificios y ascienden armoniosos en el aire. Juan Pedro, José Víctor, Loly y otros componentes alegran a la concurrencia. Angelita entona melancólicas malagueñas que te parten el alma, con Guillermo abanicando el timple y un rasgueo de guitarras, que aportan muchos participantes. La Peña del Lunes se decanta por: Madre, tengo 7 amores, que los quiero por igual. Son siete preciosas islas que se mecen en el mar. Son Lanzarote, Fuerteventura, La Gran Canaria, Hierro y Gomera, es Tenerife, también La Palma, madre del alma como los quiero…
“Hay dos clases de canarios y ninguno canta en jaula, canarios de Tenerife y canarios de Las Palmas”, Rosalba toca la guitarra o el cuatro, canta y emociona a la concurrencia.
Camilo, Manolo, Oscar, el Travieso, Ñito,  Juan, el Parranda, siempre guitarra en mano acompañan cualquier parranda. Machín y Jose con el timple. Carlos aporta el acordeón. José Manuel el saxo. “Qué felices seremos los dos y que dulces los besos serán, pasaremos la noche en la luna, viviendo en mi casita de papel”. Juan Martín baila con su guitarra encadenando letras y estribillos conocidos, que contagian a los asistentes y los atraen hacia una vorágine musical. La gente del Norte con Rosi a la cabeza entona canciones de la tierra, a golpes de tambor y guitarra, de maracas y panderos. Nelly saca su huesera y la castañuela extrae acompasados sonidos de la materia ósea. Y muchos más, de cuyo nombre no me acuerdo, aunque los veo nítidamente en mi retina y los evoco en mis oídos. Todos se suman con alegría a la parranda. El que más o el que menos sigue el ritmo con una vaina, unos huevos o unas maracas y corea bajito las músicas conocidas. O bien permanece callado, pero atento y absorto en las canciones.
—Hay tres maneras de participar en una parranda, decía nuestro buen amigo Camilo: tocando, cantando o escuchando. Pero de ninguna manera hablando.
Él no soportaba que hubiera barullo alrededor. Siempre hay suficiente espacio como para diferenciar la zona de música de la zona de alegar.
A mi me encanta escuchar las parrandas. Canto bajito los estribillos y canciones conocidas para que mi desafino no afecte a los demás. Pero disfruto a mi manera. Otro admirador y buen parrandero es José Vicente. A él le gusta más una parranda que a un niño un caramelo. Siempre se sitúa en primera fila junto a tocadores y cantadores para no perderse nada.
Javier, el poeta, y las gemelas Marisa y  gozan también con las parrandas y la animación.
¡Cuántas veces más volveré a escucharlos con toda la ilusión de la primera vez y cuántas más volveré a emocionarme con su música!
Paco, de la Peña Salamanca, saca unos naipes y te reta a una partida de envite.
 La romería de San Benito ha sido todo un éxito.

Después de esta romería de San Benito he vivido muchas más. Nunca falto a la cita en torno al  “11 de julio” si puedo evitarlo. Muchas en casa de Walky. Otras en casa de Gregorio y Antonia, por la zona de San Benito, un matrimonio entrañable, que se desvivía para que pasáramos un buen rato. Abrían de par en par la puerta de su casa a todos los amigos y conocidos. Nunca faltaba un plato de comida y un buen vino, mucha alegría y buena música. Las parrandas se distribuían por el jardín, otros grupos conversaban y reían. Don Gregorio aportaba y, todavía sigue en la brecha a pesar de los años, su potente voz y esas manos que se mueven al compás de las canciones, que le brotan del corazón. ¡Todo un puntal!  

 A don Gregorio y a su esposa Antonia los conocí en un ventorrillo en una romería de La Esperanza, hace ya algunos años. Recuerdo, que pasamos un rato estupendo deleitándonos con sus  canciones acompañado por unas guitarras que habían entrado en el local para aliviarse del calor, reponer fuerzas y proseguir la fiesta. Desde entonces hemos compartido muchas romerías y muchos festejos.  Ahora, los años han limitado algo sus salidas y la organización de esta fiesta, pero todavía tienen mucho ánimo y siempre que pueden toman parte en los tenderetes, para pasar un buen rato y reencontrarse con viejos amigos.

 Algunas romerías han tenido como base de operaciones  la tienda de bicicletas de Lutzardo, reconvertida ese día para la ocasión en un perfecto guachinche donde no faltaba de nada. En un lado del local se disponían las improvisadas mesas con platos de queso, ensaladilla, gofio amasado, carne fiesta, chicharrones... Junto a la puerta la plancha o la barbacoa para asar carnes y verduras. Más allá la nevera con las cervezas, aguas y refrescos. Sobre una silla el garrafón de vino.
 Punto de encuentro y reunión muchos años al inicio de la romería, este escenario elevaba su protagonismo a la finalización de ésta. Rodeados de bicicletas y artículos ciclistas hemos disfrutado del descanso y avituallamiento que ansía todo romero al término de la romería. Hemos seguido las imágenes del Tour de Francia (el lugar no puede ser más propicio) e incluso hemos asistido al triunfo de la selección española de fútbol en el mundial de Suráfrica. Y dije imágenes, con buen motivo, porque con la algarabía de las parrandas, los sonidos llegaban bastante amortiguados o eran nulos. Pero, ¿no dicen, que una imagen vale más de mil palabras? Además, ningún evento deportivo o de otra índole, por muy relevante que sea, puede prevalecer sobre la romería de San Benito.
Con Lutzardo y Pili hemos recorrido otras casas de amigos, como la de Carmen Teresa, para proseguir la fiesta y pasar un ratito agradable con esta gente.

He participado en la romería a pie, en trillo, en carreta. Somos noveleros y en la variedad está el gusto. La imaginación y la motivación no tienen límite. Cada modalidad tiene lo suyo, pero  siempre intentamos sacar el mayor partido a la fiesta y disfrutarla a tope. El trillo lo sacamos cada seis o siete años. Bien reluciente y adornado con espigas, constituye un soporte muy adecuado para el transporte de todo tipo de vituallas tales como carne fiesta, papas, quesos, tortillas, gofio y rosquetes; al otro lado, las bebidas disimuladas con sacos. Además aún queda sitio para que pueda sentarse alguien si está cansado o quiere experimentar el desplazamiento en este apero agrícola.
En carreta fuimos un año por vivir también esta experiencia. Fue interesante, pero requiere mucho esfuerzo y dedicación. La víspera pasamos todo el día decorándola y disponiendo el orden y lugar para todas las cosas y personas. El cañizo del tejado fue adornado por flores, sobretodo buganvilla rosada y fucsia, que le confería un colorido alegre. Aquí y allí colgamos ajos, cebollas, frutas y hortalizas. Añadimos jaulas de pájaros, sacos y cestos. La carreta quedó muy guapa.
 El día de San Benito, temprano, comenzamos a cargar los plátanos y cartones de huevos duros, así como el vino  para repartir, junto con los alimentos y bebidas que habíamos llevado para nosotros. Antes de que saliera la romería y ya acomodados sobre la carreta procedimos a tomar un picoteo. ¡Bendita ocurrencia! Eso nos salvó de que nos diera una fatiga. Nada más recorrer los primeros pasos, la gente se acercaba a la carreta pidiendo esto o aquello y no dábamos abasto. De la romería sólo veíamos rostros que pasaban y manos extendidas. Nos pasamos todo el camino repartiendo comida y bebida a los asistentes sin parar. Opinamos, que nos gusta más hacer el recorrido caminando y disfrutar a pie de calle de todo el ambiente romero. No obstante fue una experiencia distinta a la de otros años y tuvo su interés.

Por iniciativa y con apoyo de Walky presenté un año a mi hija como candidata a romera infantil. Walky la vistió con un traje precioso de La Victoria. Falda de telar con listas azules y blancas, blusa de lino blanca, chaqueta de terciopelo azul, sombrero, mantilla, pololos, tres enaguas y refajo (el jurado es muy meticuloso en lo referente a la observancia de todos los detalles). Salió dama de honor. Fueron unos días intensos con la participación en los ensayos, momentos de nerviosismo en el acto de elección, asistencia a los agasajos ofrecidos por el Ayuntamiento y en especial por la alcaldesa que ostentaba el cargo en esa fecha Ana Oramas, culminando con el desfile en la romería, montada Vicky en la carreta de la romera infantil y sus damas de honor.




La noche de los burros.

Desde hace algunos años, se está prestando atención a esta especie animal, que está en vías de extinción. “La noche de los burros” anima una noche lagunera, pasadas las “fiestas de San Benito”, aunque enmarcada dentro de las mismas, con el objeto de si cabe, darles aún más realce. En la plaza del Adelantado se procede a la concentración de los animales, algunos de ellos proporcionados por nuestro amigo Domingo, el cura de Tacoronte (del Carnaval, se entiende).A Domingo le acompañan los otros curas del Carnaval y el amigo Popeye.  Tras los discursos de rigor a cargo de personas relevantes y la dedicación de la noche a una especie animal canaria. (Este último año, por ejemplo fue a la oveja canaria de lana), burros y simpatizantes se ponen en marcha acompañados de bandas de música y parrandas. La comitiva se dirige por la calle Carrera hasta la plaza del doctor Oliveira. Luego prosigue por Marqués de Celada, callejón Montara y Lucas Vega hasta la plaza de San Benito.
Cada año hay más público y gente que se suma a la comitiva, parrandas y grupos folklóricos alegran con sus cantos el camino. Al final hay música y baile. Se reparten bocadillos, vino y refrescos. En conjunto se pasa una noche muy agradable y muy típica.








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