viernes, 21 de agosto de 2015
Ya estoy de regreso en Tenerife, en mi querida Laguna, lindando con la Esperanza (El Rosario) mis dos municipios más queridos de la isla. Vengo de El Hierro, una isla maravillosa; es la tercera vez que la visito, y si no fui en más ocasiones no fue por querer, fue por motivos laborales. Me invitó el Pollo de Sabinosa para las fiestas de San Simón en repetidas ocasiones y también mi amigo Luís, el del Hierro, como le llamamos acá.
Ahora fui invitada por el Ayuntamiento de Frontera y el Centro de Iniciativas Turísticas con Amós Lutzardo en cabeza (todo un puntal), todo gestionado a través de mi amiga Maruchi Quintero Reboso, una pintora herreña que presentaba sus cuadros en una exposición: el primer encuentro de pintoras herreñas.
Todo transcurrió del diez. La presencia del Ayuntamiento y del Cabildo, la gente, los amigos... Todo es de agradecer. Opino que la presentación salió bien y que a la gente le gustó.
Es interesante que una novela transcurra en los lugares donde vives y recorres día a día. Es interesante que tu isla se vea reflejada y escrita en un libro que pueda leer mucha gente. Desde Tamaduste a La Restinga, pasando por Frontera, El Golfo, El Pinar, La ermita de la Virgen de los Reyes, las sabinas, el faro de orchilla, el pozo de la salud, las calcosas, los miradores..
Espero regresar pronto para la noche de los volcanes el 25 de septiembre. También espero ir a Valverde y a los IES a dar unas charlas-coloquios para que los alumnos se animen a la lectura.
martes, 5 de mayo de 2015
Una paradita entre Ferias (de libros, naturalmente).
Aquí estoy, echa polvo y molida como una papa, tras estar presente en las ferias de Los Cristianos, de Santa Úrsula, de Icod de los Vinos, de La Matanza, de Santa Cruz de Tenerife y el Encuentro de escritores canarios de La Orotava.
Me fue bien. Vendí bastantes libros y me di a conocer. Lo mejor de todo fue el reencuentro con mis amigos libreros, que me tratan como a una reina y con mis colegas escritores. Además siempre conoces a muchos otros más y eso te enriquece y amplía tus horizontes y tus sentimientos.
Luego está el trato directo con el público, con el lector. No todos los que pasean por las ferias leen y te lo dicen claramente; sin embargo encuentras a mucha gente interesada con quien compartir experiencias interesantes. Les hablo de mis novelas, de mi vida y de todo lo que preguntan, les dedico los ejemplares o les indico donde pueden leerlos o adquirirlos, si en ese momento no están en disposición de hacerlo. En muchos casos recibes reconocimiento y eso te reconforta.
Tienes que madrugar, trasladarte de un lugar a otro, aguantar horas de pie (aunque hay sillas lo más directo para hablar con la gente es la postura erguida), soportar un sol de justicia... En fin todo un via crucis, pero vale la pena por todo lo mencionado anteriormente.
Ahora a seguir escribiendo, reponer fuerzas y a prepararme para las siguientes ferias como la de Candelaria o La Laguna.
Les espero, lectores.
viernes, 3 de abril de 2015
Semana Santa en La La Laguna
Semana Santa en La
Laguna. La lluvia se desliza por las cristaleras de las típicas ventanas
laguneras; la brisa se arremolina en los callejones; la serenada desciende poco
a poco, como flotando en el aire y cubre de rocío las calles empedradas.
Docenas de charcos desparramados por el pavimento. Semana Santa Lagunera. Fría
y lluviosa: monacal y palaciega. Semana Santa procesional, sobria y austera.
Me apoyo en un muro,
testigo mudo que ha contemplado hace más de cinco siglos el ir y venir de todas
estas imágenes procesionales. Alzo la vista. Mis ojos se deslizan por las
ventanas de guillotina de paneles cuadriculados empapadas de agua, y los
balcones canarios de madera de tea con sus celosías, que sobrevuelan las calles,
destilando poco a poco las últimas gotas de lluvia. Me siento en casa. Esta
Laguna mía que siempre me acompaña hasta en los viajes, y parece tirar de mi
vestido como un niño chico para recordarme continuamente donde está mi hogar.
Pasan los tronos y cofradías. El aire se
impregna de incienso, de jazmín, de las
santasnoches de la Vega Lagunera, que han florecido a tiempo para embellecer y
perfumar este día. Llega el Santísimo Cristo, antes moreno, ahora pálido como
un cadáver, mostrando sus heridas, despertando aún más si cabe la devoción de
la gente. Todos se santiguan. Va clavado a una cruz de madera, como corresponde
a la austeridad y solemnidad del momento. En el Santuario queda la riquísima
cruz de plata, que luce en las fiestas otoñales.
Vírgenes dolorosas,
Cristos en el Calvario e imágenes de la pasión recorren un camino vetusto y
señorial. ¡Quién pudiera diseñar un escenario mejor para el tránsito de las
procesiones! Los pasos desfilan entre iglesias y conventos, entre mansiones
seculares y palacios antiquísimos. Renacimiento y Barroco se dan la mano en
esta ciudad. El arte brilla por doquier y lo inunda todo en silencio. Callan
los muros de mampostería y los portales de piedra, enmudecen los patios canarios
coronados de balcones, rebosantes de palmeras y limoneros. Reina el silencio.
Sólo se interrumpe por alguna banda de música y el chasquido de los pies y
cruces sobre el pavimento. Este silencio llega al extremo en la procesión de su
mismo nombre: la procesión por antonomasia, la procesión del Silencio.
Viernes Santo, nueve y media de la noche. Se
apaga el alumbrado público de las calles, se acallan los murmullos. Desfilan las
cofradías en un silencio sepulcral. Algunas marcan el paso y restriegan las
suelas de los zapatos con el suelo ocasionando un sonido rítmico: zis, zas, zis
zas. Otras arrastran cadenas, y se percibe desde lejos el chirriar de los
hierros contra la piedra. Filas de cofrades desfilan en silencio portando
farolillos o antorchas. Los hay que con sus pies desnudos pasan desapercibidos
sin hacer ruido, como sombras flotando en la penumbra de las calles. El aire se
perfuma con el aroma de los cirios y las velas encendidas. El silencio es
sobrecogedor.
Los que asistieron a
la “madrugada” están que se caen. Los que acudieron a la Magna se quejan del
lumbago o dolor de espalda, pero todos esperan el paso del Cristo yacente.
—Ya se oyen las
campanillas —dice alguien.
Todos prestamos
atención tratando de descubrir el mágico sonido.
Y en el silencio de
la noche sólo se escucha el golpear de los bastones que marcan el paso sobre
los adoquines, y un suave tintinear de campanas, que se aproxima. —Ya llega.
El corazón se
acelera y late a golpe de bastón. Los ojos escudriñan la calle tratando de
distinguir el sepulcro. A lo lejos las diminutas llamas de los cirios reflejan pequeños
destellos argénteos al alumbrar el trono de plata.
Envuelta en el
chasquido de la madera contra la piedra, atenuada por el son de las campanillas
de plata, la urna divina pasa mostrando al Cristo difunto, que en Santo Domingo
espera el descanso.
A su llegada al
templo resuenan las matracas y el Santísimo Cuerpo, acompañado por cientos de
fieles, reposa en su nicho.
lunes, 23 de febrero de 2015
Otro capítulo de El tesoro de la Isla Encubierta en Carnavales.
Capítulo 40.
Santa Cruz de Tenerife. 2013.
The Albatros atracó en el puerto de Santa Cruz hacia el mediodía. Varias
embarcaciones y tres lujosos cruceros se mecían en las aguas de la bahía.
—Recuerden lo que hablamos —dijo don Fabio—. Albert y
Charly irán a repostar combustible. Ustedes a comprar las provisiones. Yo
vigilaré el barco. En cuanto terminen, nos reunimos aquí.
—¿Qué es esa música? —preguntó Celia—. ¿Y toda esa
gente?
Una variopinta marea humana colmaba las proximidades
del muelle y se desparramaba por las calles aledañas.
—Procede de aquel escenario, en aquella plaza
—respondió Rubén y señaló con un índice en la dirección indicada—. Y hay
cientos de personas con disfraces.
—¿Qué puede ser eso? ¿Alguna fiesta? —comentó
Gilberto.
—Debe ser el Carnaval —opinó Charly.
—Vamos a averiguarlo —determinó don Fabio descendiendo
por la escalerilla.
Don Fabio, seguido por Charly, bajo a tierra. Pasó
junto a grupos de turistas que conversaban alegremente y se dirigió a un joven
uniformado que transportaba unas cajas en un carrito.
—Oiga, amigo —comenzó don Fabio —, ¿puede decirme de
qué va esto? ¿Qué se celebra?
—¿Qué que se celebra, dice usted? ¿No sabe que estamos
en carnavales? Hoy es el Carnaval de Día. Todo el mundo está de fiesta por la
calle. Bueno, todos menos cuatro pringaos, yo incluido, que tenemos que currar.
¿No viene usted por el Carnaval?
—Sí, sí, bueno… —continuó don Fabio —, pero también
necesito repostar gasoil y comprar algunas cosas.
—Sin problema, oiga. El puerto funciona como cualquier
día. Allí —dijo señalando en una dirección— puede adquirir combustible. También
hay muchas tiendas abiertas. La recova, no, desde luego, pero hay otras tiendas
y centros comerciales. No tendrá problema. Quizás tenga que ir más lejos, pero
aquí las distancias no son largas. Los comerciantes aprovechan toda situación
propicia para vender sus productos y con toda esta fiesta y los cruceros, no
hay que desaprovechar la ocasión. De todas formas, en el resto de la isla no es
fiesta. Si no encuentra aquí lo que busca, puede ir a otras localidades.
Don Fabio y Charly lo observaron con un gesto de
decepción.
—¡Anímese, don, y únase a la fiesta!
—Bien, gracias, amigo —respondió don Fabio retornando
al barco.
Una vez allí informó al grupo del motivo del evento y
de que, no obstante, eso no representaba un cambio de planes.
—Cada uno a lo suyo —reiteró—. Albert y Charly a por el gasoil y ustedes a
comprar lo necesario. Ayuden a Gilberto. En cuanto lo tengan todo, nos reunimos
aquí.
—¿No podemos quedarnos un rato? —preguntó Filipa—. El
ambiente está muy animado.
—No estamos para carnavales —replicó don Fabio—. Hemos
venido para lo que hemos venido. Nos traemos algo muy importante entre manos y
no pienso que sea el momento…
—Pero, jefe, hemos trabajado duro. Un rato de
diversión es lo que nos conviene. Además, hoy ya no podremos hacer nada. Para
cuando regresemos será tarde.
—Rubén tiene razón —dijo Celia—. Hoy ya no podremos
sumergirnos. Un poco de fiesta no estaría mal.
—Pero ¿y lo que tenemos en el barco? —prosiguió don
Fabio—. Vamos a correr un riesgo innecesario. Deberíamos largarnos cuanto
antes.
—¿Quién se va a fijar en nosotros? —añadió Cristian—.
Esto está de bote en bote. Hacemos la compra y nos deja un ratito para
disfrutar del Carnaval. ¿Cómo lo ve?
—Bueno —dijo don Fabio cediendo un poco ante los
argumentos expuestos y la perspectiva de un día perdido—, primero las obligaciones y luego ya veremos.
—¡De acuerdo, jefe! —clamó un coro de voces.
Albert dirigió el barco hacia la zona de
aprovisionamiento de combustible. Gilberto, Filipa y los buzos saltaron al
muelle y se internaron por las calles de Santa Cruz. Conforme se aproximaron a
la plaza de España, el volumen de la música aumentó y una multitud colorista,
aderezada con variados disfraces y llamativas pelucas, los envolvió. Todos
comenzaron a moverse al ritmo de la música y por unos momentos se olvidaron de
todo.
—¡Es increíble! —exclamó Filipa— ¡Esto sí que es un
Carnaval! Un Carnaval donde participa toda la gente, no de exhibición, como en
Río. ¡Y que ambientazo!
—¡Y que lo digas! —comentó Cristian.
—Todo esto está muy bien —dijo Gilberto—. Sin embargo
lo mejor será que primero cumplamos con nuestro trabajo. Llevamos las cosas al
barco y volvemos. Pienso que don Fabio está dispuesto a dejarnos un tiempo
libre.
—¿Tú crees? —preguntó Filipa con un deje de
incredulidad.
—Sí, al jefe se le ve dispuesto. Pero ¡vamos! Por
cierto, ¿dónde está Rubén?
—¿No es ese de ahí? ¿Él que está con ese grupo de
“enfermeras”? —dijo Celia señalando hacia un lado.
—Señoritas —saludó Cristian—. Permitan que nos llevemos
a su “enfermo” por un momento. Y tomen su “medicina” —añadió al tiempo que le
quitaba a su compañero un vaso de ron y se lo entregaba a las chicas.
—¡Vamos, Rubén, lo primero el trabajo!
—Tienes razón, Cristian, pero es que este ambiente te
embruja.
—Pues déjate de embrujos y vamos primero a lo que
vamos. Después ya convenceremos a don Fabio.
—¡Vamos, Pilita, que nos esperan en la entrada del
Casino!
—Aún es temprano, Pedro. ¿Qué prisa tienes? Mira como
está la calle Castillo ¡Es una pasada! Sinceramente el Carnaval de Día tiene
más éxito de año en año ¡Es que no cabe ni un alfiler!
—¿Rodeamos por la calle San José? Por aquí va a ser
imposible pasar.
—Vamos a intentarlo por un lado. Aquí está toda la
marcha. Así nos vamos animando. Hay una murga en el escenario, mira. ¡Vamos a
ver la actuación!
Pedro y Pilita fueron abriéndose paso entre el gentío,
que ataviado con una amplia gama de disfraces que abarcaba desde los más
socorridos a los más sofisticados, danzaba, aplaudía y reía.
—Ya conseguimos llegar. ¡Es impresionante la gente que
hay! —comentó Pedro.
—Ahí están los Bombones y los Diablos Locos. ¡Vamos un
poco a la Avenida !
Quiero felicitarlos por los premios y hacerles unas fotos.
—De acuerdo —dijo Pedro consultando el reloj—. Todavía
tenemos tiempo.
Pedro y Pilita dejaron atrás la plaza de La Candelaria y salieron a
la Avenida
frente al puerto. Los murgueros reponían fuerzas y se preparaban para las
próximas actuaciones. Las terrazas estaban abarrotadas de personal. Turistas y
carnavaleros se desplazaban de un lado a otro admirando la fiesta o vacilando
con la gente. Las instalaciones portuarias, las diferentes embarcaciones y el
océano Atlántico constituían el telón de fondo de tan magnífico escenario. A la
izquierda las estribaciones del macizo de Anaga destacaban sobre la bahía.
Pilita contempló todo con embeleso. Recorrió con la mirada el ambiente; le
llamó la atención una figura en un barco; se divirtió con unos disfraces
ocurrentes; observó con placer la marea humana que invadía la calle, y regresó
a la imagen del barco.
—¡Es él! ¡Es él! —gritó de pronto —. ¿Qué hace aquí?
—¿De qué hablas? ¿A quién te refieres? ¿Te has vuelto
loca?
—Es el de la foto. Mira. Es idéntico.
—¿A qué foto te refieres?
—Mira a ese de allí. El que está en aquel barco americano.
Es el de Turquía. Él del aeropuerto de Nevsehir. La foto que tiene Jorge.
Pedro miró en la dirección indicada observando a
Charly y a don Fabio.
—El alto se da un parecido con el tipo ese que
detuvieron, pero de ahí a decir que sea el cómplice.
—¿No viste las fotos de Jorge? ¡Es el mismo!
—Al final no vi las fotos de Jorge, pero no creo que
sea el mismo. Sería mucha casualidad, y además ¿qué va a hacer aquí?
—¿Que qué va a hacer? ¡Vino a recuperar el mapa! Eso
está claro. Hay que avisar a Perdoma de inmediato.
—¿Cómo va a recuperar un mapa en un barco? No lo ves
ahí, quieto, tranquilo. Debe ser un turista. Sí, tiene pinta de turista. Me
parece que estás sacando las cosas de quicio. Será mejor que nos vayamos; nos
están esperando.
—Vale, como quieras, pero yo le voy a hacer unas fotos
y esta noche las comparamos. Ya verás que sorpresa te llevas.
—Haz las fotos que quieras, pero vamos de una vez
—dijo Pedro dando media vuelta y regresando a la plaza.
—De todas formas tienes que llamar a Perdoma e informarle
de lo de la foto. Puede serle de ayuda.
—De acuerdo. Mañana telefonearé. Ahora vamos a
divertirnos y olvida a los tipos de las alfombras.
—Está bien. Vamos para allá. ¿Llevo bien el sombrero y
la peluca?
—Todo está perfecto. Tienes el aspecto de una
auténtica bruja.
jueves, 22 de enero de 2015
Ya estamos en Carnavales. Esta tarde voy a ver la primera fase de murgas infantiles, donde actúa mi ahijada con los Triqui Traquitos. Ahí les adelanto un capítulo carnavalero de mi nueva novela: El tesoro de la isla Encubierta.
Capítulo 38.
Santa Cruz de Tenerife. 2013.
—¡Jorge, Jorge! ¿Puedes venir un momento?
—¡Espera un poco, ya voy!
Jorge desconectó el ordenador y entró en la habitación
desde donde lo llamaba su madre. Se quedó petrificado al ver el caos que
reinaba en la estancia. El piso estaba inundado de baúles, maletas y diversos
objetos que apenas dejaban un espacio libre por donde pasar. Sobre la cama y
los sillones se apilaba una tonga de disfraces y variopintos complementos.
—Pero ¿qué es esto? —preguntó Jorge asombrado.
—Nada. No pasa nada. Sólo estoy preparando los trajes
para el Entierro de la Sardina
y para el Carnaval de Día. Todavía no sé lo que me voy a poner, pero necesito
que me alcances unos sombreros y unas pelucas del altillo.
Jorge entró en la habitación esquivando los obstáculos
y se encaramó a una escalera.
—¿Qué quieres que te baje? —preguntó.
—Baja la caja de las pelucas. Baja todas, porque aún
no sé las que me pondré.
—De acuerdo. Aquí tienes —dijo Jorge tendiéndole una
enorme caja de cartón—. Y ¿qué sombreros quieres?
—Deja que piense. Para el Entierro de la Sardina me pondré el traje
de viuda. Dame el sombrero negro con plumas y flores.
Jorge rebuscó en el altillo del armario hasta dar con
el objeto solicitado y luego se lo tendió a su madre.
—¿Qué más? —volvió a preguntar.
—No estoy segura —comentó Pilita—. Todavía no me
decidí. Pienso que el traje de bruja está bien. También podría llevar el de
hindú o él de Aladín. Tú baja todos por si acaso.
Jorge siguió buscando y entregándole sombreros y un
turbante.
—¿Y para papá?
—Si no sé de qué me disfrazaré yo, no tengo ni idea de
lo que pensará él. Busca primero el sombrero de cura. Para el sábado opino que
preferirá el traje de Sherlock Holmes o el de alcalde. Sí, son los mejores.
Anda, busca la gorra, la lupa, la pipa y el sombrero de copa. Todo lo demás
está aquí.
—Como quieras, pero esto es una locura. ¿Dónde vamos a
colocar todo?
—Eso es cosa mía. Tú no te preocupes por eso. Yo haré
sitio. Lo importante es tener todo a mano, que luego vienen las prisas y… Por
cierto —dijo Pilita recogiendo los objetos que le dio su hijo—, cuando terminen
los carnavales tienes que pasarme a un CD todas las fotos del año pasado. De
momento las tengo en el escritorio, pero no vaya a ser que se vayan a perder.
Están todas las fotos de Turquía, de las romerías y Navidades. ¡Ah! También hay
unas del móvil de tu padre. Lo mejor será copiarlas todas.
—Ahora que dices lo del móvil de papá. Creo que
todavía no viste las que hice yo con el mío. No son muchas, pero también se
pueden copiar.
—¡Cierto, ya no me acordaba de ellas! Deja que airee
estas pelucas y las vemos en un momento. ¿Tienes tiempo?
—Si no tardas mucho, sí. Quedé para salir, pero dentro
de un par de horas.
—Pues vamos a echarles un vistazo. Ya seguiré
organizando esto más tarde.
Jorge encendió el ordenador y pasó sus fotos.
—Así las veremos mejor —comentó—. Y están listas para
copiar.
Dos cabezas se inclinaron sobre la pequeña pantalla.
—Esto era el aeropuerto de Nevsehir —dijo Pilita al
ver las primeras fotos—. ¡Qué calor pasamos! Y las colas en aquella explanada polvorienta. ¿Te
acuerdas?
—No se me olvidará nunca. Después de tantas horas de
viaje y tener que aguantar bajo ese solajero, porque no cabíamos en el
aeropuerto.
—Mira, aquí fue cuando despegó el avión en el qué
viajamos. Y era el único que había sobre la pista. Me produjo una sensación de
soledad en aquella llanura inmensa y desolada.
Jorge siguió pasando fotos.
—Aquí está Loly y su familia. Era una gente muy
simpática. ¿Y éste? Éste es ese tal Juscelino, el delincuente de las alfombras,
que se hizo llamar Juan de Castro o algo así. ¡Qué sinvergüenza!
—Ahora está en Tenerife II, ¿no? Perdoma consiguió
detenerlo.
—Sí, y espero que ahí se pudra. Después de lo que hizo
con Hacomar y lo que nos pudo pasar a nosotros… ¡Pero! —exclamó Pilita— ¡Fíjate
bien, Jorge! Éste no es el Juan de Castro que conocimos. Se parece mucho, pero
lo veo diferente. ¿No puedes ampliar la foto?
Jorge maniobró en el teclado y al poco tiempo la
figura y el rostro del aludido aumentó de tamaño y acapararon toda la pantalla.
—¿Lo ves? —preguntó Pilita—. ¡Es otro! Muy parecido
pero es otro. Esto confirma la teoría de Perdoma de que en el robo actuaron dos
personas. Tenemos a una y ésta es la otra. Tenemos su fotografía y se aprecia
con claridad. Voy a decírselo a tu padre para que avise a Perdoma. Puede ser
importante.
Pilita desapareció escaleras abajo e irrumpió en el
salón donde Pedro descansaba.
—¡Ya lo tenemos! —gritó Pilita.
—¿Qué es lo que tenemos? ¿El disfraz? —preguntó Pedro
todavía somnoliento—. Ya sabes que yo me pondré él de…
—¡Quién habla de disfraces ahora! Tenemos al ladrón,
al de lo de las alfombras, al primero, al que se hizo pasar por Juan de Castro.
—Pero ¿no estabas con el tema de los trajes? ¿Qué
quieres decir ahora con qué descubriste al ladrón? Ese ya está a buen recaudo.
¿De qué me estás hablando ahora?
—Acabo de ver las fotos que hizo Jorge con su móvil y
que todavía no habíamos visto. Ahí sale claramente en el aeropuerto de
Nevsehir. Es otro, parecido, pero distinto. Perdoma estuvo en lo cierto. Hay
que avisarlo inmediatamente e informarlo de este descubrimiento.
—Calma, calma. Vamos poco a poco. Ya dimos por hecho
que hubo dos cómplices. Bien. Ahora tenemos la foto del primero, ¿no?
—Sí —respondió Pilita.
—¡Estupendo! Luego subo a verla.
—Y después informarás a Perdoma.
—Primero comprobaré lo de la foto y más tarde, si
tienes razón, informaré a Perdoma. Sin embargo, aunque estés en lo cierto, no
creo que tengamos que apresurarnos. Perdoma está en El Hierro pasando unos días
de vacaciones. A la vuelta se lo diré. Opino que unos días de demora no son
primordiales. Ya se lo comunicaré a su regreso.
—Sin embargo, puede ser importante.
—Unos días más o menos no conducen a nada y sólo con
una foto… Tendrá que hacer muchas investigaciones a ver si con suerte averigua
algo.
—Como tú veas. Yo solo te comunico lo que descubrí y
opino que le puede interesar a Perdoma. Tenemos las dos fotos, las de ese tal
Juscelino y las del otro. Seguramente podrán localizarlo de alguna manera.
Habrá que comunicarlo a las autoridades turcas, a la INTERPOL , en fin, a todos
los sitios. Esto puede constituir un avance importante ¿No lo ves así?
—Tranquila. Luego veo la foto, la comparo con las
otras y cuando vuelva Perdoma a Tenerife lo informo de todo. O, si lo
prefieres, le doy una llamada y lo pongo en antecedentes. Tú termina con lo de
los disfraces que yo subo enseguida y echo un vistazo a esas imágenes.
—Ya verás como tengo razón. Jorge las amplió y se
aprecia perfectamente que se trata de dos personas, parecidas, pero diferentes.
¡Cómo nos dieron el pego!
martes, 6 de enero de 2015
El extraño gato.
Un día entró en mi jardín un gato. Es precioso, con la tripa blanca y el lomo ajedrezado en cuadrículas marrones y negras; por eso lo llamé Schach, que en alemán significa ajedrez. Se va a dormir a las siete o las ocho como las gallinas, cuando corre galopa como un caballo, maúlla como un perro, come como un elefante y mancha como un cerdo. Es una mezcla de animales en sí.
Se desayuna pollo de corral y yogur griego o restos de langostinos. ¡Qué más puede pedir! Vive como un rey en el cuarto de tenderetes, sobre un cojín. Sin embargo es un tanto arisco y solo se acerca de cuando en cuando.
De todas maneras lo quiero mucho.
Un día entró en mi jardín un gato. Es precioso, con la tripa blanca y el lomo ajedrezado en cuadrículas marrones y negras; por eso lo llamé Schach, que en alemán significa ajedrez. Se va a dormir a las siete o las ocho como las gallinas, cuando corre galopa como un caballo, maúlla como un perro, come como un elefante y mancha como un cerdo. Es una mezcla de animales en sí.
Se desayuna pollo de corral y yogur griego o restos de langostinos. ¡Qué más puede pedir! Vive como un rey en el cuarto de tenderetes, sobre un cojín. Sin embargo es un tanto arisco y solo se acerca de cuando en cuando.
De todas maneras lo quiero mucho.
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