Semana Santa en La
Laguna. La lluvia se desliza por las cristaleras de las típicas ventanas
laguneras; la brisa se arremolina en los callejones; la serenada desciende poco
a poco, como flotando en el aire y cubre de rocío las calles empedradas.
Docenas de charcos desparramados por el pavimento. Semana Santa Lagunera. Fría
y lluviosa: monacal y palaciega. Semana Santa procesional, sobria y austera.
Me apoyo en un muro,
testigo mudo que ha contemplado hace más de cinco siglos el ir y venir de todas
estas imágenes procesionales. Alzo la vista. Mis ojos se deslizan por las
ventanas de guillotina de paneles cuadriculados empapadas de agua, y los
balcones canarios de madera de tea con sus celosías, que sobrevuelan las calles,
destilando poco a poco las últimas gotas de lluvia. Me siento en casa. Esta
Laguna mía que siempre me acompaña hasta en los viajes, y parece tirar de mi
vestido como un niño chico para recordarme continuamente donde está mi hogar.
Pasan los tronos y cofradías. El aire se
impregna de incienso, de jazmín, de las
santasnoches de la Vega Lagunera, que han florecido a tiempo para embellecer y
perfumar este día. Llega el Santísimo Cristo, antes moreno, ahora pálido como
un cadáver, mostrando sus heridas, despertando aún más si cabe la devoción de
la gente. Todos se santiguan. Va clavado a una cruz de madera, como corresponde
a la austeridad y solemnidad del momento. En el Santuario queda la riquísima
cruz de plata, que luce en las fiestas otoñales.
Vírgenes dolorosas,
Cristos en el Calvario e imágenes de la pasión recorren un camino vetusto y
señorial. ¡Quién pudiera diseñar un escenario mejor para el tránsito de las
procesiones! Los pasos desfilan entre iglesias y conventos, entre mansiones
seculares y palacios antiquísimos. Renacimiento y Barroco se dan la mano en
esta ciudad. El arte brilla por doquier y lo inunda todo en silencio. Callan
los muros de mampostería y los portales de piedra, enmudecen los patios canarios
coronados de balcones, rebosantes de palmeras y limoneros. Reina el silencio.
Sólo se interrumpe por alguna banda de música y el chasquido de los pies y
cruces sobre el pavimento. Este silencio llega al extremo en la procesión de su
mismo nombre: la procesión por antonomasia, la procesión del Silencio.
Viernes Santo, nueve y media de la noche. Se
apaga el alumbrado público de las calles, se acallan los murmullos. Desfilan las
cofradías en un silencio sepulcral. Algunas marcan el paso y restriegan las
suelas de los zapatos con el suelo ocasionando un sonido rítmico: zis, zas, zis
zas. Otras arrastran cadenas, y se percibe desde lejos el chirriar de los
hierros contra la piedra. Filas de cofrades desfilan en silencio portando
farolillos o antorchas. Los hay que con sus pies desnudos pasan desapercibidos
sin hacer ruido, como sombras flotando en la penumbra de las calles. El aire se
perfuma con el aroma de los cirios y las velas encendidas. El silencio es
sobrecogedor.
Los que asistieron a
la “madrugada” están que se caen. Los que acudieron a la Magna se quejan del
lumbago o dolor de espalda, pero todos esperan el paso del Cristo yacente.
—Ya se oyen las
campanillas —dice alguien.
Todos prestamos
atención tratando de descubrir el mágico sonido.
Y en el silencio de
la noche sólo se escucha el golpear de los bastones que marcan el paso sobre
los adoquines, y un suave tintinear de campanas, que se aproxima. —Ya llega.
El corazón se
acelera y late a golpe de bastón. Los ojos escudriñan la calle tratando de
distinguir el sepulcro. A lo lejos las diminutas llamas de los cirios reflejan pequeños
destellos argénteos al alumbrar el trono de plata.
Envuelta en el
chasquido de la madera contra la piedra, atenuada por el son de las campanillas
de plata, la urna divina pasa mostrando al Cristo difunto, que en Santo Domingo
espera el descanso.
A su llegada al
templo resuenan las matracas y el Santísimo Cuerpo, acompañado por cientos de
fieles, reposa en su nicho.
Preciosa crónica, impecablemente escrita que no hay duda destila todo el sabor de nuestra Semana Santa Lagunera.
ResponderEliminarSaludos
:)
Muchas gracias. Saludos de Pilar
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