domingo, 25 de agosto de 2013

San Roque en Garachico (Santa Cruz de Tenerife)

El 16 de agosto, caiga como caiga, se celebra la tradicional romería de San Roque en Garachico. Aunque es un día laborable la gente hace todo lo posible por asistir, ya que es una de las romerías más populares y divertidas de la isla. Es un evento al que no se puede faltar. Hay que tomar parte activa en la fiesta. A tal fin y, como miembros de “La Peña de los Vinagres” dirigida por el amigo Nelly, continuando una tradición creada por su padre, hacemos el camino romero acompañados de un burro y una carreta cargada de sangría fresca para repartir entre los socios y el público en general.
Salimos temprano hacia el norte con objeto de no pillar atasco, pero los últimos kilómetros siempre se hacen interminables por la caravana que se forma. Aprovechamos para disfrutar del espléndido paisaje verde del norte de la isla. La carretera discurre entre las estribaciones montañosas a nuestra izquierda  y la costa, salpicada de plataneras, antesala de un mar que brilla ese día con pinceladas de azules tizianescos, a nuestra derecha. Pasamos algunos túneles y divisamos por fin el roque de Garachico. Pequeño islote, que a modo de faro diurno nos indica que llegamos a nuestro destino. En la ermita de San Roque, abarrotada de gente, están finalizando los actos religiosos. Pronto se iniciará la procesión.
—Ya nos hemos perdido el baile de San Roquito y el cántico que entonan los peregrinos al entrar en la ermita:
Vamos a ver las carretas, a la plaza del Castillo
Y a oír los magos cantando, la isa y el tanganillo.
Viva San Roquito y la romería
Viva mi morena y la carreta mía.
Tengo una carreta y una yunta nueva
Y cantando alegre, llevo a mi morena
La la la la.
Ya empieza la romería, se oye cantar una isa
Y acompañar a san Roque, hasta su pequeña ermita.
Danos tu bendición,
Para que el próximo año, volvamos con devoción.
La, la, la, la.
Nos apresuramos a buscar aparcamiento, tarea ésta, que desde el cierre de los aparcamientos del campo de fútbol, resulta ardua y dificultosa. El tráfico fluye lentamente. Paramos, avanzamos. Volvemos a parar y volvemos a avanzar. Los magos que transitan por la acera nos adelantan. Los restos de las coladas de lava de la erupción volcánica de 1706 se arremolinan en el litoral originando piscinas y charcas naturales. Ante nuestros ojos se deslizan masas informes de rocas negras salpicadas de sal y espuma; charcos diseminados aquí o allá, y pequeños estanques ribeteados de materiales volcánicos. A nuestra izquierda las construcciones costeras ofrecen unas buenas vistas sobre el Caletón.
─ Ahí está el bar, que exhibe unos cuadros de las inundaciones, ─comento.
Cierto. Ya casi al final de la calle, en este local  pueden contemplarse varías imágenes y fotografías, que muestran las tremendas inundaciones que anegan Garachico de cuando en cuando. Una mar picada, un oleaje intenso se abaten sobre la costa, rebosando muros y contenciones e invadiendo las calles.
Pasamos el puerto y ascendemos por la carretera hasta que por fin damos con un hueco para el vehículo.
Toda la villa y puerto está invadida por una marea humana de residentes y visitantes. Todos se han echado ese día a la calle. Coloridos trajes de magos de todos los lugares y épocas se mezclan con atuendos veraniegos y trajes de baño, que visten muchos turistas. La gente se desplaza de acá para allá, forma corrillos y parrandas.
La primera parada en la villa es en casa de Miguel y Silvia. Subimos a su piso próximo a la plaza. En el patio y la cocina está dispuesto un desayuno, pensado para todos los amigos que vienen de lejos y reparan fuerzas antes de la romería.  Miguel y Silvia ofrecen siempre un plato de garbanzas o fabada,  huevos duros, ensaladilla, rosquetes, gofio, un vaso de vino, o una cerveza o un refresco… y el reencuentro con viejos amigos. No falta una guitarra o un timple para ir calentando el ambiente. Desde sus balcones, que se abren a la plaza, se contempla la procesión del Santo de regreso a la iglesia de Santa Ana, una vez finalizada la misa de peregrinos en la ermita. La plaza está techada con cintas de colores como las que ornan el bastón del Santo y las varas de los peregrinos. Comienza la misa en la parroquia. Todavía queda tiempo para la romería. Lo sabemos y nos lo tomamos con calma. Deliciosa sensación.
Cojo una papa y la saboreo a gusto con su mojo. Me siento bien rodeada de buenos amigos y a la espera de gozar de un día de romería.
Suenan pasos en la escalera. Al poco, entran Rosi y Ángel con otros amigos de la Tierra del Trigo. La parranda se anima más. Se sirven más platos de guisos. Las jarras y vasos pasan de mano en mano. Se entablan nuevas conversaciones.
Vienen otros amigos de La Esperanza con los que coincidimos muchos años y que nos alegramos de ver, porque a pesar de vivir tan cerca se nos pasa el año sin verlos.
Tanto Silvia como Miguel reciben lo mejor posible a los amigos y les ofrecen lo que tienen. Con sus trajes de magos impecables van de un lado a otro atendiendo a los invitados.
En otras ocasiones, si somos muchos los peregrinos  (alquilamos una guagua), sólo pasamos un momento a saludar a Miguel y Silvia y nos instalamos en la plaza para compartir el picoteo. Cubrimos con manteles y servilletas el muro que rodea la plaza y cada uno va depositando “tapers” y platos con panes, tortillas españolas, quesos, jamón, pata, chorizo, empanadas, rosquetes y dulces. La gente nos observa al pasar y los “guiris”  mucho más, pero nosotros seguimos a lo nuestro. Tenemos por delante todo un día de romería y es necesario ir entonados.
Después pasamos por casa de Nelly, donde se procede a dar los últimos retoques al burro y la carreta. Nos dirigimos al punto de salida de la romería. En la plaza del muelle esperan las carretas y los animales.
—¿Quién quiere un vasito fresco de sangría?
La gente aguarda paciente la salida del Santo, resguardándose del sol en cualquier sombra que arroje un árbol o un edificio, o cubriéndose con sombreros y gorras.
Imagen
El Santo portando una corona y ataviado como un peregrino con su bastón y su capa corta de viaje o sanroquino, con incrustaciones de conchas compostelanas, va acompañado del perro y mostrando las llagas de su pierna.
Los rebaños de animales se ponen en marcha. Enseguida partirán las carretas  con sus parrandas y grupos folklóricos, que recorrerán las calles empedradas divirtiéndose y divirtiendo a todos los asistentes.
La gente viste trajes de magos, pero es una romería más informal y hay mucha gente en ropa cómoda y en actitud relajada. Provistos de vasos y jarras rebosantes de sangría y con la parranda, recorremos las calles repletas de público.
 Hace siempre mucho calor, pero se puede soportar con alegría. Siempre encuentras a muchos conocidos entre el público o que acompañan otras carretas. No falta quien se ha escaqueado del trabajo y huye de las cámaras de televisión. Pero, ¿quién quiere perderse la romería de Garachico?
 Al finalizar el recorrido, cansados, acalorados y hambrientos nos dirigimos a comer. Varios años fuimos a casa de nuestro amigo Ceferino.
 En los patios de la vivienda se congrega una multitud de conocidos y allegados. En una plancha de dimensiones más que aceptables se asa carne y huevos fritos, con los que se rellenan unos panecillos. Hay vino en cantidad, barriles de cerveza y cubos de refrescos con hielo. Todos nos apretujamos en los tableros con nuestro plato bien lleno, hambrientos de comida y de conversar con los compañeros de mesa y otros amigos. Después de comer puedes quedarte con las parrandas o ir a la verbena de la plaza. También existe la opción de hacer ambas cosas. Todo está muy bien. Y es una culminación estupenda para un día estupendo.
Otros años la comida tiene lugar en casa de Nelly. Él es el principal organizador, aunque la Peña de los Vinagres hace su aportación. En la calle, a la que da la vivienda, se disponen tableros con burras y sillas plegables. Junto a la entrada se ubica toda la logística, consistente principalmente en guisos de garbanzas, carnes con papas o cordero con papas y paella. Domingo Parlamento, Pedro  y Domingo el cura de Tacoronte (cura del Carnaval) son unos verdaderos puntales colaborando el la organización y desarrollo del evento, así como poniendo todo su arte culinario a disposición de los amigos.
 El burro “aparcado” a un lado no participa de este menú. Los viandantes nos miran al pasar, aunque ese día nada llama mucho la atención.
La comida transcurre como todas, ¡del diez! En un ambiente festivo, con comida, música y acompañado por buenos amigos, no se puede esperar más. Después de ayudar en la recogida y limpieza de las mesas, se prosigue con la sobremesa. Los parranderos tornan a coger sus instrumentos y a entonar más cánticos. Otros van y vienen a la verbena de la plaza.
El año pasado, Nelly alquiló una casa próxima a la suya, con un patio canario de amplias proporciones. Allí se dispuso la comida. A un lado tableros y mostradores improvisados, desde donde se proveía al personal de platos, cubiertos, servilletas y panes. Luego la plancha y los fogones para asar los bistecs y huevos fritos con los que se rellenarían los panes. José, el pollero, y su familia, Pilar, los Domingos, Pedro y yo nos ofrecimos a cooperar y nos situamos inmediatamente tras los mostradores. Los amigos se dispusieron en fila y fueron pasando por delante aprovisionándose de comida. (Las bebidas estaban estratégicamente situadas en las esquinas del patio). Luego se sentaban en cualquier sitio disponible y saboreaban los bocadillos.
¿A continuación? Pues música como de costumbre y mucha marcha hasta lo que el cuerpo aguante.
“Se va, se va, la Peña del Vinagre ya se va,
Se va, se va, la Peña del Vinagre ya se va…”

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