Otro fragmento de mi novela "El envío turco"
Juscelino subió al coche estacionado en los aparcamientos del aeropuerto y se encaminó de nuevo hacia la autopista que conducía hasta Santa Cruz. Libre ya de la tela que lo comprometía iba más tranquilo, pero la tormenta lo obligó a parar en un par de ocasiones.
<<No veo nada. Voy a tener un accidente. El limpiaparabrisas no puede con esta tromba de agua y todos los cristales se están empañando. Nunca pensé que algo así aconteciera por estas latitudes>>.
Juscelino prosiguió despacio por una autopista fantasma, por donde apenas circulaban vehículos y donde ya no se reconocían las líneas que separaban los carriles. Las hojas de las palmeras plantadas en los arcenes se balanceaban peligrosamente, rocas terrosas se precipitaban por las laderas arrastrando otros materiales hasta la carretera. Juscelino trataba de esquivarlas mientras observaba con preocupación como oscilaban las señales de tráfico y las torres del suministro eléctrico. A la derecha, el mar se embravecía por momentos y las gigantescas olas se erizaban con furia para batirse despiadadamente contra la costa.
<<¡Y luego hablan de las islas Afortunadas y de la eterna primavera! ¡Ésto es un infierno! ¿Por qué habrá tenido que acontecer ésto precisamente ahora?
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