Otro capítulo de El tesoro de la Isla Encubierta en Carnavales.
Capítulo 40.
Santa Cruz de Tenerife. 2013.
The Albatros atracó en el puerto de Santa Cruz hacia el mediodía. Varias
embarcaciones y tres lujosos cruceros se mecían en las aguas de la bahía.
—Recuerden lo que hablamos —dijo don Fabio—. Albert y
Charly irán a repostar combustible. Ustedes a comprar las provisiones. Yo
vigilaré el barco. En cuanto terminen, nos reunimos aquí.
—¿Qué es esa música? —preguntó Celia—. ¿Y toda esa
gente?
Una variopinta marea humana colmaba las proximidades
del muelle y se desparramaba por las calles aledañas.
—Procede de aquel escenario, en aquella plaza
—respondió Rubén y señaló con un índice en la dirección indicada—. Y hay
cientos de personas con disfraces.
—¿Qué puede ser eso? ¿Alguna fiesta? —comentó
Gilberto.
—Debe ser el Carnaval —opinó Charly.
—Vamos a averiguarlo —determinó don Fabio descendiendo
por la escalerilla.
Don Fabio, seguido por Charly, bajo a tierra. Pasó
junto a grupos de turistas que conversaban alegremente y se dirigió a un joven
uniformado que transportaba unas cajas en un carrito.
—Oiga, amigo —comenzó don Fabio —, ¿puede decirme de
qué va esto? ¿Qué se celebra?
—¿Qué que se celebra, dice usted? ¿No sabe que estamos
en carnavales? Hoy es el Carnaval de Día. Todo el mundo está de fiesta por la
calle. Bueno, todos menos cuatro pringaos, yo incluido, que tenemos que currar.
¿No viene usted por el Carnaval?
—Sí, sí, bueno… —continuó don Fabio —, pero también
necesito repostar gasoil y comprar algunas cosas.
—Sin problema, oiga. El puerto funciona como cualquier
día. Allí —dijo señalando en una dirección— puede adquirir combustible. También
hay muchas tiendas abiertas. La recova, no, desde luego, pero hay otras tiendas
y centros comerciales. No tendrá problema. Quizás tenga que ir más lejos, pero
aquí las distancias no son largas. Los comerciantes aprovechan toda situación
propicia para vender sus productos y con toda esta fiesta y los cruceros, no
hay que desaprovechar la ocasión. De todas formas, en el resto de la isla no es
fiesta. Si no encuentra aquí lo que busca, puede ir a otras localidades.
Don Fabio y Charly lo observaron con un gesto de
decepción.
—¡Anímese, don, y únase a la fiesta!
—Bien, gracias, amigo —respondió don Fabio retornando
al barco.
Una vez allí informó al grupo del motivo del evento y
de que, no obstante, eso no representaba un cambio de planes.
—Cada uno a lo suyo —reiteró—. Albert y Charly a por el gasoil y ustedes a
comprar lo necesario. Ayuden a Gilberto. En cuanto lo tengan todo, nos reunimos
aquí.
—¿No podemos quedarnos un rato? —preguntó Filipa—. El
ambiente está muy animado.
—No estamos para carnavales —replicó don Fabio—. Hemos
venido para lo que hemos venido. Nos traemos algo muy importante entre manos y
no pienso que sea el momento…
—Pero, jefe, hemos trabajado duro. Un rato de
diversión es lo que nos conviene. Además, hoy ya no podremos hacer nada. Para
cuando regresemos será tarde.
—Rubén tiene razón —dijo Celia—. Hoy ya no podremos
sumergirnos. Un poco de fiesta no estaría mal.
—Pero ¿y lo que tenemos en el barco? —prosiguió don
Fabio—. Vamos a correr un riesgo innecesario. Deberíamos largarnos cuanto
antes.
—¿Quién se va a fijar en nosotros? —añadió Cristian—.
Esto está de bote en bote. Hacemos la compra y nos deja un ratito para
disfrutar del Carnaval. ¿Cómo lo ve?
—Bueno —dijo don Fabio cediendo un poco ante los
argumentos expuestos y la perspectiva de un día perdido—, primero las obligaciones y luego ya veremos.
—¡De acuerdo, jefe! —clamó un coro de voces.
Albert dirigió el barco hacia la zona de
aprovisionamiento de combustible. Gilberto, Filipa y los buzos saltaron al
muelle y se internaron por las calles de Santa Cruz. Conforme se aproximaron a
la plaza de España, el volumen de la música aumentó y una multitud colorista,
aderezada con variados disfraces y llamativas pelucas, los envolvió. Todos
comenzaron a moverse al ritmo de la música y por unos momentos se olvidaron de
todo.
—¡Es increíble! —exclamó Filipa— ¡Esto sí que es un
Carnaval! Un Carnaval donde participa toda la gente, no de exhibición, como en
Río. ¡Y que ambientazo!
—¡Y que lo digas! —comentó Cristian.
—Todo esto está muy bien —dijo Gilberto—. Sin embargo
lo mejor será que primero cumplamos con nuestro trabajo. Llevamos las cosas al
barco y volvemos. Pienso que don Fabio está dispuesto a dejarnos un tiempo
libre.
—¿Tú crees? —preguntó Filipa con un deje de
incredulidad.
—Sí, al jefe se le ve dispuesto. Pero ¡vamos! Por
cierto, ¿dónde está Rubén?
—¿No es ese de ahí? ¿Él que está con ese grupo de
“enfermeras”? —dijo Celia señalando hacia un lado.
—Señoritas —saludó Cristian—. Permitan que nos llevemos
a su “enfermo” por un momento. Y tomen su “medicina” —añadió al tiempo que le
quitaba a su compañero un vaso de ron y se lo entregaba a las chicas.
—¡Vamos, Rubén, lo primero el trabajo!
—Tienes razón, Cristian, pero es que este ambiente te
embruja.
—Pues déjate de embrujos y vamos primero a lo que
vamos. Después ya convenceremos a don Fabio.
—¡Vamos, Pilita, que nos esperan en la entrada del
Casino!
—Aún es temprano, Pedro. ¿Qué prisa tienes? Mira como
está la calle Castillo ¡Es una pasada! Sinceramente el Carnaval de Día tiene
más éxito de año en año ¡Es que no cabe ni un alfiler!
—¿Rodeamos por la calle San José? Por aquí va a ser
imposible pasar.
—Vamos a intentarlo por un lado. Aquí está toda la
marcha. Así nos vamos animando. Hay una murga en el escenario, mira. ¡Vamos a
ver la actuación!
Pedro y Pilita fueron abriéndose paso entre el gentío,
que ataviado con una amplia gama de disfraces que abarcaba desde los más
socorridos a los más sofisticados, danzaba, aplaudía y reía.
—Ya conseguimos llegar. ¡Es impresionante la gente que
hay! —comentó Pedro.
—Ahí están los Bombones y los Diablos Locos. ¡Vamos un
poco a la Avenida!
Quiero felicitarlos por los premios y hacerles unas fotos.
—De acuerdo —dijo Pedro consultando el reloj—. Todavía
tenemos tiempo.
Pedro y Pilita dejaron atrás la plaza de La Candelaria y salieron a
la Avenida
frente al puerto. Los murgueros reponían fuerzas y se preparaban para las
próximas actuaciones. Las terrazas estaban abarrotadas de personal. Turistas y
carnavaleros se desplazaban de un lado a otro admirando la fiesta o vacilando
con la gente. Las instalaciones portuarias, las diferentes embarcaciones y el
océano Atlántico constituían el telón de fondo de tan magnífico escenario. A la
izquierda las estribaciones del macizo de Anaga destacaban sobre la bahía.
Pilita contempló todo con embeleso. Recorrió con la mirada el ambiente; le
llamó la atención una figura en un barco; se divirtió con unos disfraces
ocurrentes; observó con placer la marea humana que invadía la calle, y regresó
a la imagen del barco.
—¡Es él! ¡Es él! —gritó de pronto —. ¿Qué hace aquí?
—¿De qué hablas? ¿A quién te refieres? ¿Te has vuelto
loca?
—Es el de la foto. Mira. Es idéntico.
—¿A qué foto te refieres?
—Mira a ese de allí. El que está en aquel barco americano.
Es el de Turquía. Él del aeropuerto de Nevsehir. La foto que tiene Jorge.
Pedro miró en la dirección indicada observando a
Charly y a don Fabio.
—El alto se da un parecido con el tipo ese que
detuvieron, pero de ahí a decir que sea el cómplice.
—¿No viste las fotos de Jorge? ¡Es el mismo!
—Al final no vi las fotos de Jorge, pero no creo que
sea el mismo. Sería mucha casualidad, y además ¿qué va a hacer aquí?
—¿Que qué va a hacer? ¡Vino a recuperar el mapa! Eso
está claro. Hay que avisar a Perdoma de inmediato.
—¿Cómo va a recuperar un mapa en un barco? No lo ves
ahí, quieto, tranquilo. Debe ser un turista. Sí, tiene pinta de turista. Me
parece que estás sacando las cosas de quicio. Será mejor que nos vayamos; nos
están esperando.
—Vale, como quieras, pero yo le voy a hacer unas fotos
y esta noche las comparamos. Ya verás que sorpresa te llevas.
—Haz las fotos que quieras, pero vamos de una vez
—dijo Pedro dando media vuelta y regresando a la plaza.
—De todas formas tienes que llamar a Perdoma e informarle
de lo de la foto. Puede serle de ayuda.
—De acuerdo. Mañana telefonearé. Ahora vamos a
divertirnos y olvida a los tipos de las alfombras.
—Está bien. Vamos para allá. ¿Llevo bien el sombrero y
la peluca?
—Todo está perfecto. Tienes el aspecto de una
auténtica bruja.